viernes, 19 de junio de 2009

Los colores sobre el blanco (3)

La noche en que estuve fuera por viaje de trabajo fue larga, pues no solamente me dediqué a mearme en mis pantalones de tela fina, sino que aproveché para continuar mi sesión con otros pantalones que también metí en la maleta.
Recuerdo que estos pantalones de tela de sábana me costaron bastante dinero por ser unos Tommy Hilfiger; me dolió el bolsillo en un principio, pero después me di cuenta de que había merecido la pena haberlos comprado.
Fui provisto de lo necesario para disfrutar un rato: un litro de aceite, un bote de ketchup y otro bote de mostaza. Una buena mezcla para cambiar de color a mis pantalones hasta hacer de ellos un auténtico desastre irrecuperable. Y como ya no había remedio, acabé rompiéndolos con el mayor placer del mundo.
Ahí va ese vídeo. No tiene contenido pornográfico, pero sí contiene alguna escena no apta para aquellos menores que se salten la ley y entren en este blog.

El blanco me pone



No lo niego, lo afirmo. El blanco me pone, y mucho. Si por mí fuese, iría vestido de blanco todos los días, aún en invierno. Cuando veo a alguien vestido de blanco, mi atención se centra en ello; me pierde.
No hago más que pensar en la cantidad de cosas que pueden hacerse sobre las diferentes telas blancas de los trajes, los pantalones, los uniformes. Es lo primero que pienso cuando me encuentro frente a un hombre con ropa blanca.
Por casualidad, navegando por la red, hallé estos tres modelos, cuyo nombre no recuerdo ni tampoco me interesa. Solamente me interesa lo que llevan puesto.
Abrid vuestra imaginación y pensad qué se podría hacer con esta ropa blanca. A mí ya se me están ocurriendo varias opciones y me pongo a cien solamente con pensarlo.

Agüita amarilla

Desde que era pequeño siempre he sentido un placer meándome encima. No sé el por qué; incluso recuerdo que a veces dudaba sobre si era el único ser humano en el mundo a quien le gustaba hacerlo. Lo guardaba muy bien en secreto y siempre deseaba quedarme solo en casa para aprovechar y disfrutar haciéndolo. Fue con el paso de los años y con la llegada de Internet cuando comencé a descubrir que había más personas como yo.
Recuerdo aquellas tardes de sábado, en las que ponía siempre el pretexto de no salir por tener mucho que estudiar; era mi tarde, y nada ni nadie podía superar la satisfacción que yo sentía al quedarme solo y poder vaciar mi vejiga lentamente, sintiendo aquel líquido amarillo templado empapando mi pantalón, que casi siempre era de color blanco, por supuesto.
Tenía por aquel entonces un pantalón vaquero blanco de la marca Lois que me negaba a ponerme para salir, precisamente porque lo usaba para otro fin: mearme en él. Llegó el momento en que tuve que deshacerme de él porque ni la lejía podría recuperar el color original, pues de tanto uso se había tornado totalmente amarillo. Me acuerdo de que las manchas amarillas se volvían marrones porque tras la meada ponía el pantalón a secar sobre el radiador. Qué maravilla era ponerme al sábado siguiente aquel pantalón con la tela dura, tiesa, de tanta meada acumulada y resecada, y sentir cómo se reblandecía nuevamente cuando mi caliente pis volvía a mojarlo…
Han pasado los años y sigo con la misma costumbre: vestirme de blanco y echar una buena meada sobre la tela puesta en mi cuerpo. Fuertes dolores de riñones me ha costado a veces este sacrificio, aguantando hasta reventar y llegar a la desesperación sin ir al baño hasta esperar a quedarme solo. Pero ese dolor se convierte después en placer indescriptible, sobre todo cuando vas descargando tu orina y puedes contemplar el espectáculo frente a un espejo, o mejor, frente a una cámara.
El vídeo que a continuación os muestro es de hace tres meses, aprovechando un viaje de trabajo, donde siempre llevo en mi maleta algo blanco para usar después tranquilamente en la habitación del hotel. Me puse unos de mis pantalones favoritos, blancos, muy finos, que se transparentan y se pegan a la piel con la menor gota de líquido. Los tengo mucho aprecio y me da lástima deshacerme de ellos, pero sé que tarde o temprano tendrán que pasar a un final feliz, pues el tiempo corre y las tallas no son las mismas con la edad. Estos pantalones de la marca Nudos los compré en unos grandes almacenes en 1996 y ya han prestado buen servicio, aunque aún pueden recibir alguna que otra meada, baño o ducha.
Espero que os guste contemplar cómo me meo y cómo me restriego en mi propia meada.