viernes, 19 de junio de 2009

Agüita amarilla

Desde que era pequeño siempre he sentido un placer meándome encima. No sé el por qué; incluso recuerdo que a veces dudaba sobre si era el único ser humano en el mundo a quien le gustaba hacerlo. Lo guardaba muy bien en secreto y siempre deseaba quedarme solo en casa para aprovechar y disfrutar haciéndolo. Fue con el paso de los años y con la llegada de Internet cuando comencé a descubrir que había más personas como yo.
Recuerdo aquellas tardes de sábado, en las que ponía siempre el pretexto de no salir por tener mucho que estudiar; era mi tarde, y nada ni nadie podía superar la satisfacción que yo sentía al quedarme solo y poder vaciar mi vejiga lentamente, sintiendo aquel líquido amarillo templado empapando mi pantalón, que casi siempre era de color blanco, por supuesto.
Tenía por aquel entonces un pantalón vaquero blanco de la marca Lois que me negaba a ponerme para salir, precisamente porque lo usaba para otro fin: mearme en él. Llegó el momento en que tuve que deshacerme de él porque ni la lejía podría recuperar el color original, pues de tanto uso se había tornado totalmente amarillo. Me acuerdo de que las manchas amarillas se volvían marrones porque tras la meada ponía el pantalón a secar sobre el radiador. Qué maravilla era ponerme al sábado siguiente aquel pantalón con la tela dura, tiesa, de tanta meada acumulada y resecada, y sentir cómo se reblandecía nuevamente cuando mi caliente pis volvía a mojarlo…
Han pasado los años y sigo con la misma costumbre: vestirme de blanco y echar una buena meada sobre la tela puesta en mi cuerpo. Fuertes dolores de riñones me ha costado a veces este sacrificio, aguantando hasta reventar y llegar a la desesperación sin ir al baño hasta esperar a quedarme solo. Pero ese dolor se convierte después en placer indescriptible, sobre todo cuando vas descargando tu orina y puedes contemplar el espectáculo frente a un espejo, o mejor, frente a una cámara.
El vídeo que a continuación os muestro es de hace tres meses, aprovechando un viaje de trabajo, donde siempre llevo en mi maleta algo blanco para usar después tranquilamente en la habitación del hotel. Me puse unos de mis pantalones favoritos, blancos, muy finos, que se transparentan y se pegan a la piel con la menor gota de líquido. Los tengo mucho aprecio y me da lástima deshacerme de ellos, pero sé que tarde o temprano tendrán que pasar a un final feliz, pues el tiempo corre y las tallas no son las mismas con la edad. Estos pantalones de la marca Nudos los compré en unos grandes almacenes en 1996 y ya han prestado buen servicio, aunque aún pueden recibir alguna que otra meada, baño o ducha.
Espero que os guste contemplar cómo me meo y cómo me restriego en mi propia meada.

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